martes, 9 de agosto de 2011

Y entonces, ella rompió a llorar con fuerza. Hacía demasiado tiempo que no lloraba, y lo necesitaba. Él la abrazó muy fuerte, protegiéndola de la lluvia. La soltó, se quitó la chaqueta y se la dio a ella. Luego le indicó que se subiera a su espalda. Ella, con la chaqueta puesta (que le quedaba visiblemente grande) y aún llorando, le obedeció. No sé cuánto tiempo estuvieron así, andando. La verdad daba igual. En ese momento ella pensaba en él; y él en ella. Eran felices así. Así, caminando a oscuras por la ciudad, únicamente iluminados por la luz de alguna farola lejana. Así, muertos de frío, con la ropa mojada por la lluvia. Les hubiera sacado una foto, pero ni la mejor cámara del mundo hubiera podido captar aquella magia.
Aquella magia que algunos locos llaman amor.

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