lunes, 12 de septiembre de 2011


Crear nuestro propio mundo basado en las imperfecciones. Desayunos llenos de miradas entre tostada y tostada. Besos con sabor a mermelada. Comer las galletas de dos en dos. Beber la leche del bote. Una sonrisa. Comidas en un campo a cuarenta kilómetros del centro de cualquier ciudad. Respirar así, a través de tu sonrisa. Canciones escritas en las alas de alguna que otra mariposa de arrabal. Dos sonrisas. Regresar a la ciudad. Tardes de caprichos en la calle que más te apetezca. Batidos de chocolate. Mimos que intentan sacarte una sonrisa, pero no hace falta, porque ya eres feliz. Que una pareja de chinos te pida que les saques una foto y les contestes en tu mejor inglés: “Oh, yes”. Tres sonrisas. Disfrutar de los colores del atardecer. Romper el silencio que inunda el lugar con un “¡soy feliz!”, que te mire todo el mundo y escaparte corriendo. Corriendo, cantando, desafinando, saltando, converse desatadas, pelo revuelto, rímel corrido por las lágrimas, que esta vez, son de felicidad. Cuatro sonrisas. La medianoche es más bonita en la Gran Vía que en cualquier otro lugar. Tacones altos, faldas cortas. Llegar a casa, dormir sin almohada, porque ya le tienes a él. Cinco sonrisas. 
Cara de felicidad.

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