sábado, 11 de febrero de 2012

A veces hay que coger los atajos del camino

Se esperó a que el tren pasase puntual. Sin ninguna compañía se adentró en el primer vagón y avanzó  hasta sentarse en el último asiento. Aquel lugar era tan acogedor como solitario, resultaba hasta íntimo. Sí, había escogido un buen sitio. Y miró por última vez el paisaje, nostálgico. Sabía que era mucho lo que dejaba atrás, pero quizás fuera más lo que se encontraría delante. Había aprendido que quien no arriesga, no gana, y él nunca perdía. Que por poca fuese la probabilidad, nada es imposible. No consiste en creer en el azar, sino creer en uno mismo. Veía cada vez su destino más cerca, pero a la vez, nuevas metas lejanas. Y aunque fuese una locura, se deshizo de toda una vida para marcar con su huella otra. Le iban los retos.

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